martes, 28 de abril de 2015

El cuento árabe de la isla de Cádiz


Antes de que los musulmanes conquistasen al-Ándalus, gobernaba la isla de Cádiz un rey cristiano, que tenía una hija de gran belleza a la que pretendían los reyes de las tierras vecinas. Pero la joven princesa puso condiciones y declaró: "Solo me casaré con quien construya en mi isla un talismán que impida la entrada de los enemigos, o con quien sea capaz de traer a la isla agua potable desde tierra firme". 


Dos jóvenes pretendientes empezaron a trabajar en cada uno de los difíciles retos que se propusieron, por lo que hubo que preguntar a la princesa con cual de ellos se casaría, a lo que ella contestó: "Me casaré con quien primero termine la obra que ha emprendido". 

El constructor del acueducto, tras canalizar el agua desde los manantiales, se esforzaba en el tramo final conduciendo el agua por dentro de piedras muy bien ensambladas, de forma que, cuando el acueducto cruzara la ría y las marismas para llegar a la isla, no entrase lo más mínimo de agua salada. Al llegar a la ciudad el agua dulce se recogería en unas preciosas cisternas cubiertas de brillantes mosaicos de colores. 

Por lo que se refiere al constructor del talismán, edificó junto al mar una gran torre escalonada y, sobre ella, la brillante figura metálica de un hombre. La torre era maciza y sin ventanas con una base cuadrada. Sobre este primer cubo había otro, igualmente de forma cuadrangular, que sostenía un tercero con la misma forma pero con los lados más cortos. La torre se remataba con un cuarto piso con forma de pirámide truncada, al final del cual había una losa horizontal de mármol sobre la que se asentaba una escultura de maravillosa naturalidad, equilibrio y tamaño. Algunos decían que estaba hecha de oro rojo, pero a la salida del sol y a su ocaso la figura brillaba con colores verdes, azules y rojizos, como el cuello de las palomas. Era la figura de un hombre barbudo, con un vestido, cinturón y un manto dorado que, colgándole desde los hombros, le caía hasta la mitad de las piernas. Su mano izquierda, sobre el pecho, recogía las puntas del manto, mientras que el brazo derecho lo tenía extendido portando en la mano una llave. La agarraba señalando hacia el mar como si dijese: ¡No se puede pasar! 

Se cuenta que el primero en finalizar la obra fue el constructor del acueducto, pero el rey, temiendo que la obra del talismán se dejase inacabada, impidió que ese hecho se proclamara. Cuando el pretendiente terminó de edificar el talismán, se le informó que el ganador había sido el constructor del acueducto. Una noticia que le resultó tan insoportable, que subió a lo más alto de la torre y se arrojó al vacío, muriendo en el acto. 

De esta forma, el rey de la isla consiguió el agua potable y el talismán. Ocurriendo, según se decía, que desde que se colocó el talismán el océano se embraveció, con olas como montañas, cerrando la isla a la llegada de flotas enemigas. 

Tras años de prosperidad y pacífica convivencia en la isla de Qadis, la caída de la llave que portaba en ídolo fue el presagio de una importante desgracia: una gran flota surta en la bahía, bajo el mando de Isa b. Maymún, se sublevó contra el gobernador de la isla, poniéndose de parte de los almohades del norte de África. Hermanos en la religión islámica, pero intolerantes y violentos, los almohades sometieron sin miramientos a los habitantes de Qadis, mostrando gran hostilidad a lo que la figura del talismán representaba para los gaditanos. Una circunstancia que llevó a que Maymún, fanático y codicioso, dando crédito a las leyendas que decían que dentro de la torre había un tesoro escondido y que la escultura estaba hecha de oro, mandase derribar el talismán. Pronto vería la vanidad de su acción, al comprobar que no había ninguna riqueza escondida y que la figura metálica solo tenía un baño dorado. Una acción que despertó los temores de aquellos que creían que la destrucción del talismán traería males y desgracias para Qadis. 

Poco tiempo después, Maymún murió violentamente en las revueltas de al-Ándalus, cumpliéndose la maldición no escrita para quien destruyese el talismán, y los ejércitos cristianos comenzaron con éxito, por Córdoba, las batallas que les llevarían a la conquista de al-Ándalus y a la ocupación de la isla de Qadis 

Biblioteca Nacional de Francia

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