miércoles, 1 de septiembre de 2010

CALLE ADOLFO DE CASTRO

Fue el que ideó y llevó a cabo la más radical transformación de la nomenclatura de las calles de esta ciudad; el que las popularizó, dando a conocer sus pequeñas historias, que también las calles, como los pueblos la tienen; el eximio historiador de Cádiz, el eminente literato, gloria de su patria, no podía ser olvidado. Dicho esto, no es extraño que nos embargue el temor de profanar con nuestra torpe pluma su memoria, empequeñeciendo sus legítimas glorias. D. Adolfo de Castro y Rossi era gaditano de abolengo; sus padres también lo fueron, nació en 6 d Septiembre de 1823, siendo bautizado en la Parroquia de San Antonio, en la cual había de anotarse su fallecimiento el 13 de Octubre de 1898. A Cádiz dedicó todo su saber y aptitudes y demuestra su amor a la ciudad natal renunciando al alto puesto que le ofrecieron en la capital de la Nación, donde su talento hubiera encontrado más ancho espacio para su desarrollo.



Gobernador Civil de esta provincia, por empeño del Sr. Vadillo, empezó su carrera administrativa en donde otros la terminan.


Sus pocos años no fueron obstáculo para desempeñar tan difícil cargo en época tan agitada como lo fue el año de 1854 y cuando afligía a la ciudad una epidemia de cólera. En Sevilla ocupa el puesto de Secretario de aquel gobierno, quedando después de gobernador interino. Al volver a Cádiz fue elegido para gobernador interino, nombrado más tarde para la tercera Alcaldía y elevado a la primera, cargo que desempeñó hasta 1850. Sus gestiones como Alcalde son dignas de loar; libró del servicio Militar a todos los quintos pobres, introdujo el adoquinado en la pavimentación de las calles, creó escuelas y empezó los trabajos para que el Ferrocarril de Madrid al Puerto de Santa María llegase hasta Cádiz, con otras reformas de reconocida utilidad para la población.


Nombrado Gobernador Civil de Huelva, la Corporación Municipal dispuso colocar su retrato en la galería de hijos ilustres de Cádiz, con una descripción honorífica, y también la acuñación de una medalla de oro con igual lema. Al cesar en Huelva es nombrado Secretario del Ayuntamiento de Cádiz, cargo que desempeñó hasta la revolución de Septiembre de 1868. Volvió a ocupar la Secretaría en 1869, año en que fue objeto de un atentado personal renunciando al poco tiempo al cargo, y terminando así su carrera administrativa. Su vida de erudito y literaria en su mayor gloria; sus profundos conocimientos revelados en sus numerosas publicaciones y el arte del buen decir, en el que superaba a los mejores prosistas castellanos, le hicieron alcanzar uno de los primeros puestos entre los escritores españoles; sus obras recibidas con avidez, no por el vulgo sino por los más profundos pensadores Al terminar las ediciones españolas sus obras eran traducidas en inglés y francés.


Sin atrevernos a emitir juicio alguno acerca de ese coloso de la literatura, cuando tantas opiniones se han publicado sobre sus méritos, nos limitaremos a dar a conocer algunas de sus obras; “Historia de los Judíos españoles” (1847), “El Buscapié” (1848) que fue motivo de enconadas polémicas; “Los protestantes españoles, poetas líricos de los siglos XVI y XVII” (1861); “La Tabayda de Estacio”, “Ernesto Renan ante la erudición sagrada y profana”; “Serena”, novela que lleva el nombre de su hija; “La cierva herida”, que superó a la “Eloísa” de Rouseau, y otras muchísimas. Sus punzantes criticas son modelo en sus calles o clases, “Carta del otro mundo y proceso del iracundo bibliotecario bibliopirata don Bartolomico Gallardete”, y el folleto “Pobrecito de mi alma”, critica de un certamen celebrado en esta ciudad.


También escribió variedad de artículos para periódicos, y fue director de “La Palma” y de “El Constitucional”. Enfermo y achacoso no dejó de trabajar hasta su muerte, el Ateneo rindió tributo al sabio gaditano, los periódicos de la región y los de Madrid le dedicaron sentidos artículos, reconociendo todos que la literatura y la Historia patria le debían inapreciables servicios constituyendo, el triunfo de la verdad, frente a inexactitudes y errores que la ignorancia y el tiempo había acreditado. Las obras de D. Adolfo de Castro, decía un periódico sevillano, son un monumento que debe conservar como sagrada reliquia el pueblo de Cádiz. A solicitud de la Asociación de la prensa gaditana, el Excmo. Ayuntamiento acordó colocar una hermosa lápida conmemorativa en la casa que falleció (calle Cervantes). El nombre de Adolfo de Castro, fue dado el 24 de Marzo de 1899, a la calle de “El Molino”. Desde antes de la invasión de los ingleses en 1596 existía en el “Camino de la Jara” un molino de viento hacia el sitio donde después se formó la calle que tratamos y cuyo frente correspondía a la calle de San Isidro, primero se llamó “La Horca de los Franceses” en una vista de Cádiz sacada en el año 1550, se halla designada con este nombre, que conservaba en 1696. En 1718 ya se llamaba de “El Molino de Viento,” y en 1796 solo con el del “El Molino”. En 1855 se le rotuló con el nombre de “Julio Cesar”.


A este molino sin duda alude la licencia, de que habla el acta capitular de 4 de Mayo de 1674, dada por el príncipe de Montesarcho, para continuar labrando en nueve sitios o suelos contiguos al molino, que años pasados había comprado al maestro de campo don Antonio de Céspedes.


Fue condecorado con las cruces de Beneficencia de primera clase y de María Victoria, siendo “ Individuo Benemérito” de la Real Academia de la lengua. Se cuenta que fue expulsado de la Biblioteca Colombiana de Sevilla, por sustraer hojas de los libros que consultaba y que entre sus excentricidades estaba el hacerse planchar diariamente su sombrero de copa cuando era Alcalde de Cádiz.


El nombre de Horca de los franceses derivó en Oca de los franceses y de ese a Oca, nombre que se le sigue dando a la plazuela que se forma en el centro de la calle. Dicha plazita, pasó a ser de dominio público al no cumplir su propietario las condiciones marcadas por el Ayuntamiento, entre ellas vallarla y dotarla de alumbrado.


En 1855 se le puso el nombre de Agripa por el General romano Marco Vespaciano Agripa, artífice principal de la victoria en la batalla naval de Accio, que fue gran benefactor de nuestra ciudad, otorgándosele el título de “Padre del Municipio” y acuñándosele con este motivo unas medallas. Después de este nombre, la plaza de la Oca tuvo el de Lola Membrives, famosa actriz, que aún ostenta en la actualidad. El Ayuntamiento en su reciente acuerdo de cambio de nombres contempla, en su segunda fase, que vuelva a llamarse plazuela de la Oca.


Adolfo de Castro y Rossi, una de las más grandes personalidades gaditanas, nació el 6 de Septiembre de 1823, falleciendo también en Cádiz el 13 de Octubre de 1898.


En el número 9 de esta calle estaba situada la Escuela Normal de Magisterio.


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