martes, 29 de junio de 2010

Iglesia del Nuestra Señora del Carmen

Esta situada en la Alameda Apodaca, frente al Baluarte de Candelaria.
La iglesia del Carmen de Cádiz se levanta sobre una antigua ermita, conocida como de la Bendición de Dios.
Se comenzó a contruir en 1743 y bendecida en 1762, dirigida por el alarife José Bolaños Jiménez.
De estilo barroco, con planta de cruz latina.
La nave central es más alta que las laterales que están configuradas por numerosas capillas de patronato.
La nave principal se cubre con bóveda de cañón y en el crucero hay una cúpula gallonada sobre pechinas.



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Sus retablos son de madera sobredorada de estilo rococó entre ellos sobresale el retablo de la capilla mayor, del siglo XVIII, con tres calles y cuerpos.

En el retablo central se venera, bajo un baldaquino, la imagen de la Virgen del Carmen.
La fachada es muy esbelta, con tres cuerpos con pilastras adosadas, dejando grandes espacios limpios de decoración, ésta se concentra en la portada de mármol, con dos cuerpos de columnas de orden jónico y girnaldas de flores.
Destacamos las dos espadañas que coronan la fachada, donde se muestra toda la fantasía de la decoración barroca.
Perteneciente a la orden de los religiosos carmelitas descalzos, se trata de una Iglesia con planta de cruz latina, de esbelta fachada, de la que sobresalen dos espadañas o campanarios de gran riqueza decorativa articulados por pilares y cornisas.

En este se venera y da cobijo a la imagen de la Virgen del Carmen, muy vinculada a la religiosidad popular gaditana como protectora de las gentes del mar; y en el año 1812 fue el lugar donde se celebró el solemne Te Deum en acción de gracias por la feliz conclusión del texto Constitucional.

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miércoles, 23 de junio de 2010

Torres de sillon y garita

Este tipo es el resultante de una fusión entre las torres de sillon y de garita. Con ello se consigue añadir aún más altura al superponer al último cuerpo de la torre de 'sillón' una garita en uno de sus extremos. De esta forma se consigue un acceso más cómodo a la terraza alta, a la vez que un punto de mira más resguardado desde la garita y con horizonte más amplio.Pero, si en el plano de lo práctico consiguen sumar todas las ventajas del tipo 'sillón' y tipo 'garita'.

Torres de Garita

Torres de Garita, llamadas así porque poseen una garita encima de una torre normalmente cuadrada y de dos alturas, dicha garita cumple dos funciones: por un lado albergar la escalera de caracol que da acceso a la terraza y por otro, ubican el punto de observación en una pequeña plataforma o sillín en su parte superior, desde donde el propietario dotado de un catalejo controlaba el devenir de sus naves.

Torres de Sillón

 Este grupo constituye un tipo con más características comunes que el anterior, lo que nos permite estudiarlas en conjunto a pesar de las peculiaridades particulares de algunas. Solucionan de una forma práctica y satisfactoria su misión de mirador, pues consiguen gran altura sin cargar excesivamente la estructura general del edificio al elevar su último cuerpo con una superficie que ocupa la mitad o menos de la planta general de la torre. A la terraza de este último cuerpo se accedía por una escalera móvil y desde ella se oteaba el horizonte en busca de novedades.Los cuerpos de estas construcciones se resuelven con gran sencillez, siendo todos lisos, con el único resalte de los listeles que separan las plantas o las molduras que en algunos casos llevan sus vanos. Como terminan en dos niveles, se plantea el problema estético de establecer un nexo armónico entre ambos. Para ello se acude a soluciones diferentes: en el número 23 duplicado de la calle Columela, tenemos una torre de planta rectangular con un listel en el primer cuerpo y listel y cornisa en el segundo, que marca una fuerte separación con el último cuerpo y amortigua el seco efecto que supone el ángulo recto formado por su unión con el pretil de la terraza baja. En el número 2 duplicado de la misma calle Columela, también se marca con una amplia cornisa la separación del último cuerpo, que al ocupar más de la mitad del área de la planta y articular su pretil en metopas, adquiere gran entidad en el conjunto de la construcción, por lo que la unión de los cuerpos queda en un segundo plano. Otro grupo de torres resuelve de forma más acertada la unión de los dos niveles de terrazas, colocando unos muretes de perfil mixtilíneo entre ambos cuerpos

Torres de Terraza

Las torres más antiguas que se conservan en Cádiz pertenecen al edificio levantado por don Diego Barrios en la actual plaza de San Martín. La construcción de estas torres en el año de 1685 fue causa de una polémica muy interesante que terminó con la venia para su conclusión y que aclaró la legalidad de construir torres en los edificios civiles de la ciudad. Por otra parte, resulta de gran interés por ser las únicas que forman pareja dentro de un mismo edificio, aunque, en realidad esto no constituyera un caso singular en su época.Las características generales de las torres son las siguientes: tienen planta cuadrada y se elevan un piso a ambos lados de la fachada principal del edificio. Cada uno de sus frentes tiene un vano rectangular con ménsula en su clave, flanqueado por pilastras pareadas de tipo toscano en cada uno de sus lados, repitiendo la articulación del tercer cuerpo del edificio.César Pemán, en su libro Arquitectura barroca gaditana. La casa de don Diego Barrios (1955) opina que antes de terminar en terraza, como ahora las conocemos, estaban cubiertas con tejado. Según su opinión esto debe obedecer a una mutilación, pues considera que lo normal es que terminasen en azotea y cupulín.

martes, 22 de junio de 2010

Casa-palacio Veedor, 3.

La casa, situada en el nº 3, es un edificio dieciochesco profundamente remodelado a mediados
del s. XIX, con una alta torre mirador. Tanto la fachada como el patio y otras dependencias interiores todavía presentan una cuidada decoración decimonónica.

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La casa de Los Lilas

Situada en la calle Sopranis número 10, es hoy una casa de vecinos. Se trata de una casa palacio de estilo barroco, conocida popularmente por la Casa de los Lilas. Cuenta con una portada barroca con superposición de columnas. La casa de Los Lilas perteneció a una familia genovesa que también era conocida como los Sopranis, nombre con el que precisamente se bautizó la calle donde se ubica. Se levantó en la segunda mitad del siglo XVII y según los expertos, entre sus partes más valiosas figuraba la portada barroca labrada en piedra que acoge el escudo de esta poderosa familia. Esta portada está profusamente decorada con elementos vegetales, entre los que se intercalan algunas sirenas.
La calle Sopranis tiene, además, ejemplos notables de arquitectura, porque de hecho fue una de las vías más notables de la ciudad entre los siglos XVII y XVIII. La cercanía que tiene con el puerto -comunica la plaza San Juan de Dios y el compás del convento de Santo Domingo- hizo que se establecieran en ella familias destacadas de cargadores a Indias. Su trazado irregular responde al origen bajomedieval del arrabal de Santa María.

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domingo, 20 de junio de 2010

Casa Lasquetty.

Situada en la calle Santa María números 11 y 13. Palacio barroco de principios de siglo XVIII, destaca su portada de mármol blanco, sobresaliente de la fachada entre pilastras adosadas de orden toscano y molduras mixtilíneas, sobre el dintel, el escudo familiar. Sobre esta hay un sencillo balcón. El patio es cuadrado con cuatro columnas de mármol de orden toscano, con arcos rebajados. La escalera es de tipo conventual, con cubierta plana y pasamanos de mármol con decoración tallada.

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El Gran Teatro Falla

El Gran Teatro Falla es un teatro de la ciudad española de Cádiz, situado en la Plaza Fragela, frente a la Casa de las Viudas y junto a la Facultad de Medicina de la Universidad de Cádiz.
Comenzó a construirse en 1884, siguiendo el proyecto de Adolfo Morales de los Ríos y Adolfo del Castillo en el solar del antiguo Gran Teatro de Cádiz, construido en madera en 1871 por el arquitecto García del Álamo, y que se incendió en 1881. En 1886 el Ayuntamiento asumió la dirección de las obras, aunque la escasez de fondos provocó la paralización de las obras en diversas ocasiones, lo que impidió que la obra no finalizara hasta 1905. El encargado de las obras fue el arquitecto municipal Juan Cabrera de la Torre, quien modificó en gran parte el primitivo proyecto.
De estilo neomudéjar, está construido en ladrillo rojo, y presenta tres grandes puertas de arco de herradura en su fachada principal, con dovelas alternas en rojo y blanco. En planta tiene forma de herradura, a la que se van adaptando los pisos, cada uno de ellos rodeado por una galería que enlaza con las escaleras de acceso, que arrancan desde un gran vestíbulo reformado en los años 20. El escenario mide 18 metros de largo por 25,5 m de fondo, y el techo muestra una alegoría del Paraíso, obra de Felipe Abarzuza y Rodríguez de Arias.



Todos los años y durante el mes de febrero se celebra en el Gran Teatro Falla el Concurso de Agrupaciones del Carnaval de Cádiz, donde las distintas agrupaciones carnavalescas muestran todo su arte y genialidad en diversas modalidades. Dicha celebración se suspendió entre 1987 y principios de 1991 (sólo se acogieron las semifinales y final del Concurso de Agrupaciones) para reformar este teatro. Durante ese periodo, el Concurso pasó al Teatro Andalucía (hoy desaparecido). El resto del año el Teatro acoge toda clase de espectáculos, como obras de teatro o conciertos.

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La Casa de las Viudas

La Casa de las Viudas de Cádiz, también conocida como Casa de Fragela se levanta en la plaza Fragela ocupando por completo uno de sus cuatro frentes. Se trata de una generosa institución fundada hacia el año 1756 por el comerciante Juan de Fragela, de origen armenio y afincado en la ciudad de Cádiz, creado con la finalidad de acoger en él a las viudas necesitadas.Estilísticamente es una obra barroca de líneas sencillas, cercana a la arquitectura popular de la época que se hacía en las poblaciones importantes de la Bahía. De tres plantas de altura y organizada según dos cuerpos delimitados por una importante cornisa, es un edificio de líneas muy horizontales que presenta un primer cuerpo muy austero a modo de zócalo realizado en la tradicional piedra ostionera, y un segundo cuerpo con amplio paramento blanco donde se abren grandes ventanales.



 
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El patio central.Se organiza según una planta cuadrada con sus dependencias articuladas alrededor de un amplio y luminoso patio central. El edificio fue remodelado en el año 1992 por J. Fernández León, y posteriormente completamente restaurado en el 2008 para su nueva reutilización como casa de acogida para personas mayores necesitadas, como un homenaje a la finalidad inicial para la que fue concebido.


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Beato Diego José de Cádiz.

Diego José nació en Cádiz, en España, el 30 de marzo de 1743, hijo de José López Caamao y Garcia Pérez de Rendón de Burgos, ambos ilustres. Huérfano de madre a los 9 años; fue admitido al noviciado de los Hermanos Menores Capuchinos de Sevilla, donde emitió la profesión religiosa el 31 de marzo de 1759; después de
siete años en los cuales realizó sus estudios filosóficos y teológicos fue ordenado sacerdote en Carmona, a los 23 años de edad.Impulsado por vocación y por temperamento al apostolado activo, trabajó intensamente con la palabra y los escritos para difundir la fe y excitar el fervor religioso del pueblo español propugnando la cruzada contra los revolucionarios franceses (1793•1795). De ello queda como testimonio su libro: «El soldado católico en guerra de religión», dirigido en forma de carta a su sobrino Antonio, enrolado como voluntario.Propagador eficaz de la devoción a la Santísima Trinidad y a nuestra Señora, la Madre del Divino Pastor, fue elegido consultor y teólogo en varias diócesis, canónigo honorario en muchos cabildos catedralicios, socio de universidades e institutos culturales. Fue capellán militar modelo. La sana educación clásica, su innato buen sentido, la tradición franciscana, lo salvaron del conceptismo gongorista que predominaba en su tiempo; se mantuvo en la línea de la predicación evangélica recomendada por San Francisco, que, siendo la más sencilla, es también la más sobria y la más eficaz.

Surgido también él, como San Antonio de Padua, del retiro voluntario en el silencio humilde,se manifestó luego elocuente, con una elocuencia docta y cálida (se conservan unos 3.000 sermones suyos) que le valió los títulos del San Juan Crisóstomo del siglo XVIII o de Santo Tomás redivivo. Tuvo tanto ascendiente sobre las tropas españolas que pudo impedir una revuelta contra los franceses residentes en Málaga,provocada por la decapitación de Luis XVI.Convencía a sus hombres insertando la piedad religiosa en la vida concreta de ellos, por ejemplo, predicaba a los cadetes de caballería de Ocaña sus deberes de soldados comentando cristianamente el reglamento militar. En los últimos años del siglo, la figura atlética de Diego José, con su palabra vibrante, sostuvo la reacción católica española contra las ideas y las armas de la Revolución francesa. Murió en Ronda (Málaga) el 24 de marzo de 1801, a los 58 años, después de 32 años de intensa vida misionera, dejando numerosos escritos y preciosas cartas espirituales.

Treinta años de activísima vida misionera no caben en unas páginas. No es posible reducir a tan breve síntesis la labor de este apóstol capuchino, que, siempre a pie, recorrió innumerables veces Andalucía entera en todas direcciones; que se dirigió después a Aranjuez y Madrid, sin dejar de misionar a su paso por los pueblos de la Mancha y de Toledo; que emprendió más tarde un largo viaje desde Roma hasta Barcelona, predicando a la ida por Castilla la Nueva y Aragón, y a la vuelta por todo Levante; que salió, aunque ya enfermo, de Sevilla y, atravesando Extremadura y Portugal, llegó hasta Galicia y Asturias, regresando por León y Salamanca.

Pero hay que recordar, además, que en sus misiones hablaba varias horas al día a muchedumbres de cuarenta y aun de sesenta mil almas (y al aire libre, porque nuestras más gigantescas catedrales eran insuficientes para cobijar a tantos millares de personas, que anhelaban oírle como a un «enviado de Dios»); que tuvo por oyentes de su apostólica palabra, avalada siempre por la santidad de su vida, a los príncipes y cortesanos por un lado y a los humildes campesinos por otro, a los intelectuales y universitarios y a las clases más populares, al clero en todas sus categorías y a los ejércitos de mar y tierra, a los ayuntamientos y cabildos eclesiásticos y a los simples comerciantes e industriales y aun a los reclusos de las cárceles; que intervino con su consejo personal y con su palabra escrita, bien por dictámenes más o menos públicos, bien por su casi infinita correspondencia epistolar, en los principales asuntos de su época y en la dirección de muchas conciencias; que escribió tal cantidad de sermones, de obras ascéticas y devocionales, que, reunidas, formarían un buen número de volúmenes; que caminaba siempre a pie, con el cuerpo cubierto por áspero cilicio, pero alimentando su alma con varias horas de oración mental al día; y que, si le seguía un cortejo de milagros y de conversiones ruidosas, también supo de otro cortejo doloroso de ingratitudes, de incomprensiones y aun de persecuciones, hasta morir envuelto en un denigrante proceso inquisitorial.
¿Cómo describir, siquiera someramente, tan inmensa labor? La amplitud portentosa de aquella vida, tan extraordinariamente rica de historia y de fecundidad espiritual, durante los últimos treinta años del siglo XVIII, a lo largo y ancho de la geografía peninsular, se resiste a toda síntesis. Sólo de la Virgen Santísima, a la que especialmente veneraba bajo los títulos de Pastora de las almas y de la paz, predicó más de cinco mil sermones. Y seguramente pasaron de veinte mil los que predicó en su vida de misiones, las cuales duraban diez, quince y aun veinte días en cada ciudad.
La misión concreta de su vida y el porqué de su existencia podría resumirse en esta sola frase: fue el enviado de Dios a la España oficial de fines de aquel siglo y el auténtico misionero del pueblo español en el atardecer de nuestro Imperio.
Nuestros intelectuales de entonces y las clases directoras, con el consentimiento y aun con el apoyo de los gobernantes, abrían las puertas del alma española a la revolución que nos venía de allende el Pirineo, disfrazada de «ilustración», de maneras galantes, de teorías realistas. Todo ello producía, arriba, la «pérdida de Dios» en las inteligencias. Luego vendría la «pérdida de Dios» en las costumbres del pueblo. Aquella invasión de ideas sería precursora de la invasión de armas napoleónicas que vendría después.
No todos vieron a dónde iban a parar aquellas tendencias ni cuáles serían sus funestos resultados. Pero fray Diego los vio con intuición penetrante –y mejor diríamos profética–, ya desde sus primeros años de sacerdocio. Por eso escribía: «¡Qué ansias de ser santo, para con la oración aplacar a Dios y sostener a la Iglesia santa! ¡Qué deseo de salir al público, para, a cara descubierta, hacer frente a los libertinos!... ¡Qué ardor para derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creído!»
Dios le había escogido para hacerle el nuevo apóstol de España, y su director espiritual se lo inculcaba repetidas veces: «Fray Diego misionero es un legítimo enviado de Dios a España». Y convencido de ello, el santo capuchino se dirige a las clases rectoras y a las masas populares. Entre la España tradicional que se derrumba y la España revolucionaria que pronto va a nacer, él toma sus posiciones, que son: ponerse al servicio de la fe y de la patria y presentar la batalla a la «ilustración». Había que evitar esa «pérdida de Dios» en las inteligencias y fortalecer la austeridad de costumbres en la masa popular. Y cuando vio rechazada su misión por la España oficial (¡cuánta parte tuvieron en ello Floridablanca, Campomanes y Godoy...!), se dirigió únicamente al auténtico pueblo español, con el fin de prepararle para los días difíciles que se avecinaban.
En su misión de Aranjuez y Madrid (1783) el Beato se dirigió a la corte. Pero los ministros del rey impidieron solapadamente que la corte oyera la llamada de Dios. Intentó también fray Diego traer al buen camino a la vanidosa María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV. Pero, convencido más tarde de que nada podía esperar, sobre todo cuando Godoy llegó a privado insustituible de Palacio, el santo misionero rompió definitivamente con la corte, llegando a escribir, más tarde, con motivo de un viaje de los reyes a Sevilla: «No quiero que los reyes se acuerden de mí».
Para cumplir fielmente su misión, el Beato recibió de Dios carismas extraordinarios, que podríamos recapitular en estos tres epígrafes: comunicaciones místicas que lo sostuvieran en su empresa, don de profecía y multiplicación continua de visibles milagros.
Pero Dios no se lo dio todo hecho. Hay quienes, conociéndole sólo superficialmente, no ven en él más que al misionero del pueblo que predica con celo de apóstol, acentos de profeta y milagros de santo. Pero junto al orador, al santo, al profeta y al apóstol, aparece también a cada momento el hombre. También él siente las acometidas de la tentación carnal; también él se apoca y sufre cuando se le presenta la contradicción; también él experimenta dificultades y desganas para cumplir su misión; y aun sólo «a costa de estudio y de trabajo» –dice él– logra escribir lo que escribe. Y a pesar de todo, nada de «tremendismo» en su predicación, como no fuera en contados momentos, cuando el impulso divino le arrebata a ello. Y así, mientras otros piden a Dios el remedio de los pueblos por medio de un castigo misericordioso, «yo lo pido –escribe– por medio de una misericordia sin castigo». Y no se olvide que vivió en los peores tiempos del rigorismo. ¿Y cómo no iba a ser así, si él fue siempre, como buen franciscano y neto andaluz, santamente humano y alegre, ameno en sus conversaciones y gracioso hasta en los milagros que hacía?
Pero el celo de la gloria de Dios y el bien de las almas le dominaron de suerte que ello solo explica aquel perfecto dominio de sus debilidades humanas, aquella actividad pasmosa, lo mismo predicando que escribiendo, y aquel idear disparates: como el deseo de no morir, para seguir siempre misionando; o el de misionar entre los bienaventurados del cielo o los condenados del infierno; o el de marcharse a Francia, cuando tuvo noticias de los sucesos de París en 1793, para reducir a buen camino a los libertinos y forajidos de la Revolución Francesa.
Dícese de Napoleón que, desterrado ya en Santa Elena, exclamaba recordando sus victorias y su derrota definitiva: «La desgraciada guerra de España es la que me ha derribado». Pero esta guerra no la vencieron nuestros reyes ni nuestros intelectuales; la venció aquel pueblo que había recibido con sumisión y fidelidad las enseñanzas del «enviado de Dios». Este pueblo, fiel a la misión de fray Diego, no traicionó a su fe ni a su patria; los intelectuales y gobernantes, que habían rechazado esa misión, traicionaron a su patria, porque ya habían traicionado a su fe.
Sólo Dios puede medir y valorar –como sólo Él los puede premiar– los frutos que produjo la constante y difícil, fecunda y apostólica actividad misionera del Beato Diego José de Cádiz. Describiendo él su vocación religiosa decía: «Todo mi afán era ser capuchino, para ser misionero y santo». Y lo fue. Realizó a maravilla este triple ideal. Su vida fue un don que Dios concedió a España a fines del XVIII. Por la gracia de Dios y sus propios méritos, fray Diego fue capuchino, misionero y santo.





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Cayetano del Toro y Quartiellers

Cayetano del Toro y Quartiellers nació en Cádiz el 4 de octubre de 1842. Doctor en Medicina y Cirujía. Estudió en nuestra Facultad de Medicina especializándose en Oftalmología, llegando a ser uno de los mejores médicos de España y reconocido internacionalmente gracias a sus numerosos trabajos científicos publicados. De familia gaditana, su abuelo Cayetano perteneció al Batallón de Voluntarios Distinguidos de Cádiz, que hizo frente al asedio de las tropas de Napoleón. En la hoja de servicios de su antepasado se hizo constar que se alistó para la defensa de su ciudad “a pesar de estar enfermo y cargado de familia.”

Desde muy joven Cayetano del Toro compaginó su profesión médica con la dedicación a la política, perteneciendo al partido liberal de Sagasta, de quién fue íntimo amigo. En 1887, ocupando la presidencia de la Diputación Provincial, se encargó eficazmente de la organización de la Exposición Marítima Internacional, en los actuales terrenos de Astilleros que fueron ganados al mar con tal motivo.

En 1905, a sugerencia de su amigo y correligionario Segismundo Moret, se encargó de la Alcaldía de Cádiz. La colaboración entre ambos políticos, uno desde el Consejo de Ministros y el otro desde el Ayuntamiento, fue enormemente fructífera para los intereses gaditanos. El 3 de marzo de 1906 dieron comienzo las obras de derribo de las murallas de Cádiz, con el fin primordial de paliar la crisis obrera. La primera piedra del derribo fue destinada a ser la primera del monumento a Moret. Otras realizaciones de del Toro fueron las obras de ampliación del muelle o el ensanche de la ciudad hacia Extramuros. Desde el Ayuntamiento dio un fuerte impulso a las celebraciones de Semana Santa.
Del Toro desarrolló a lo largo de su vida una enorme actividad cultural, presidiendo la Real Academia de Cirujía de Cádiz y perteneciendo a infinidad de asociaciones y entidades. Como médico atendió gratuitamente a infinidad de pobres, lo que unido a su actividad política hizo que fuera muy querido y admirado por todos. Durante muchos años en la sección de anuncios de Diario de Cádiz figuró que el doctor Cayetano del Toro tenía la consulta abierta para los pobres los martes, jueves y sábados a partir de las cinco de la tarde, en la calle de la Verónica número 9.
Cayetano del Toro falleció en su domicilio de la calle Istúriz, el 2 de enero de 1915. Durante su entierro se produjeron graves incidentes debido a que los obreros de la ciudad insistieron en llevar a hombros el cadáver de su benefactor. DIARIO DE CADIZ recogió en sus páginas estos incidentes. Al ser del Toro hermano de la Santa Caridad, su entierro debía ser sin honores. Cuando el cortejo fúnebre llegó a la calle Prim, la multitud impidió que continuara su marcha y varios trabajadores cortaron con navajas las correas de los caballos que arrastraban la carroza y sacaron el féretro a viva fuerza. A hombros de trabajadores fue llevado el féretro hasta el Cementerio parando previamente en el Ayuntamiento.



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José de Vargas Ponce

José de Vargas Ponce nació en Cádiz el 10 de junio de 1760  murió en Madrid, 6 de febrero de 1821, marino de guerra, político, poeta satírico y erudito ilustrado español.

Tras estudiar Matemáticas, Humanidades y Lenguas, se reveló como un diestro matemático, discípulo de Esteban Carratalá y Vicente Tofiño de San Miguel.
El 4 de agosto de 1782 ingresó como guardiamarina, el mismo año en que le premió la Real Academia Española su Elogio de Alfonso el Sabio y el mismo año en que participó en el sitio de Gibraltar y luchó en el cabo de Espartel. Estos méritos le valieron ser ascendido a alférez de fragata.

Ingresó en 1786 en la Real Academia de la Historia, para la que escribió las normas directrices del Diccionario Geográfico de España y trabajó en un Diccionario náutico que no llegó a aparecer. Publicó un Plan de educación para la nobleza en 1786. Trabajó en el observatorio de Cádiz y realizó en 1789 junto a Banzá y el marino y matemático Vicente Tofiño el Atlas marítimo de España, donde se determinan posiciones astronómicas y aparecen por primera vez derroteros de las costas de España. En 1787 publicó su Descripción de las islas Pithiusas y Baleares. Ingresó en 1789 en la Academia de San Fernando. Publicó varios discursos en 1789 y 1790.

Entre 1792 y 1797 era teniente de navío y se carteaba con Jovellanos. Participó en la guerra contra la República Francesa, ocupación de Tolón y comisiones en Italia. Estuvo también destinado en Murcia y Levante, lo que aprovechó para realizar investigaciones arqueológicas que entregó luego al consistorio de Cartagena. En 1797, Jovellanos lo nombró miembro de la Junta de Instrucción Pública que elaboró el Reglamento de la Escuela de Pajes. El 15 de abril de 1798 se le ordenó escribir la historia de la Marina española pero, desterrado de Madrid en 1799, trabajó en Cataluña y en la región vasco navarra investigando para ese cometido y otros de naturaleza más práctica. En 1804 publicó su tragedia Abdalaziz y Egilona y fue elegido director de la Academia de la Historia.
En 1805 es ya capitán de fragata. En 1807 publica Importancia de la historia de la marina española y las biografías de los marinos Pero Niño en 1807 y Pedro Navarro en 1808. Este último año publicó además La instrucción pública, único y seguro medio de la prosperidad del estado. Tradujo la Historia general de la marina de todos los pueblos de Boismele y colaboró con el régimen josefino desde la Junta de Instrucción Pública, para la cual redactó un importante Informe, fechado el 3 de octubre de 1810. Sólo tardíamente se incorporó al bando patriota, y formó parte de la Comisión de Instrucción pública de las Cortes de Cádiz junto a Martín González de Navas, Eugenio de Tapia, Diego Clemencín, Ramón Gil de la Cuadra y Manuel José Quintana. Fundó el Diario Militar en 1812. En 1813 publicó en Madrid El peso-duro e ingresó en la Real Academia Española. Fue diputado liberal por Madrid en 1813. La reacción de 1814 le confinó en Sevilla, donde trabajó en el Archivo de Indias, y en Cádiz; en esta última ciudad publicó El Tontorontón y El Varapalo en 1818; aprovechó también para publicar un Estudio sobre la vida y obras de don Alonso de Ercilla, sin año; fue diputado otra vez en 1820 y en este año publicó varios dictámenes y Los ilustres haraganes, o Apología razonada de los mayorazgos; falleció en 1821. Dejó numerosas obras inéditas, muchas de las cuales se publicaron después, pero todavía queda bastante; muchos de sus papeles se encuentran en el Depósito Hidrográfico. Leopoldo Augusto del Cueto publicó bastante de su obra poética.
Hombre de gran curiosidad intelectual y capacidad de trabajo, intervino además en la redacción de nuevas ordenanzas para la Marina y en la reorganización de la Academia de la Historia. Trabajó junto a Melchor Gaspar de Jovellanos en temas educativos y frecuentó la amistad de algunos ilustrados como Juan Agustín Ceán Bermúdez, Villanueva, Nicolás de Azara (a quien visitó en 1800) y gente próxima a Goya; este hizo un retrato suyo en 1805, donde no aparecen las manos, por expreso deseo del retratado que no quería pagar el precio extra que suponían. Presidió la academia de la historia en tres ocasiones.

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Lucius Junius Moderatus Columella

Lucius Junius Moderatus Columella de sobrenombre Columella; (nació en Gades o Cádiz, España a principios de la Era Cristiana - murió en Taranto, Italia, entre los años 60 y 70 ddC). Escribió sobre agronomía en la Antigua Roma.
Nacido en la Bética, al igual que Séneca, del que fue amigo, estuvo un tiempo en el ejército romano y fue tribuno en Siria el año 35 d. C. Después se trasladó a Roma, donde se dedicó a la agricultura a gran escala, poniendo en práctica sus conocimientos al respecto. En la capital del imperio formó parte de los círculos sociales más elevados.

De su obra escrita nos han llegado De re rustica (Los trabajos del campo) y Liber de arboribus (Libro de los árboles). En la primera de estas obras, dividida en doce libros, e inspirándose en obras anteriores de Catón el Viejo, Varrón y otros autores latinos, griegos e incluso cartagineses, trata sobre todos los trabajos del campo en el más amplio sentido de la palabra: desde la práctica de la agricultura, la ganadería y la apicultura, hasta la cura de animales, pasando por la elaboración de distintos productos y conservas. En el libro de arboribus trata de cultivos arbustivos como la vid, hasta árboles como el olivo o los frutales, e incluso flores como la violeta o la rosa. La obra de Columela es considerada el repertorio más amplio y documentado sobre agricultura romana.

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Fermín Salvochea


Nació en la Plaza de las viudas, de una familia de origen navarro. Su abuelo paterno se había establecido en Cádiz procedente de Navarra, para dedicarse al comercio. Su madre, Pilar Álvarez, era prima de Juan Álvarez Mendizábal.
A los 15 años su padre, siguiendo las tradiciones de la burguesía mercantil gaditana a la que pertenecían, le envía a Inglaterra para que se familiarice con las técnicas comerciales, permaneciendo Fermín en Londres y Liverpool cinco años. Pero al parecer se dedicó más a estudiar los problemas sociales de la época que los mercantiles. Leyó las obras de Owen, Paine y Berdlow. Regresa a Cádiz con 21 años, con ansias de reformar la sociedad, influido por las doctrinas del socialismo utópico. Se hace conocer por su tolerancia y generosidad.

Después de La Gloriosa, es nombrado jefe de uno de los Batallones de los Voluntarios de la Libertad de Cádiz. Participa activamente en los sucesos del 68, por lo que es encarcelado. Puesto en libertad el 69, organiza partidas armadas contra el gobierno en la Sierra de Cádiz, siendo derrotadas por las tropas gubernamentales, por lo que se refugia en Gibraltar. En 1871, gracias a la amnistía promulgada por Amadeo de Saboya, regresa a Cádiz. Se cree que es en esta época cuando se afilia a la Internacional, aunque sigue apoyando las ideas republicano-federales.
Líder indiscutible del Cantón de Cádiz, al finalizar el episodio del cantón, es apresado por las tropas del general Pavía, juzgado en Sevilla y condenado a cadena perpetua, permaneciendo varios años detenido en La Gomera y en Ceuta. Renuncia al indulto que le ha conseguido el ayuntamiento gaditano en 1883, escapándose a Marruecos. Desencantado de la vía política y del parlamentarismo, será durante sus años en presidio y en el exilio (tras su fuga, que le llevará a Francia), cuando se haga firmemente anarquista, de la tendencia anarcomunista.

Al fallecer Alfonso XII es nuevamente amnistiado, y vuelve a Cádiz, donde funda el periódico El Socialismo, en el que publica, entre otros, artículos del conocido anarcocomunista Kropotkin, introduciendo de esta manera el pensamiento anarcocomunista en los ambientes ácratas españoles, todavía apegados en su mayoría al anarcocolectivismo y fomentando el debate interno. Organiza el primer 1º de Mayo en Cádiz en 1890, motivo por el que es detenido preventivamente al año siguiente. Estando en la cárcel tiene lugar el Motín Agrario de Jerez de la Frontera de 1892 en el que es implicado por falsos testimonios y por el que es condenado a 12 años de prisión. Una nueva amnistía le permite salir de la cárcel en 1899, y arriba de nuevo a Cádiz (donde conoce a Pedro Vallina), de donde pronto partirá hacia Madrid. Allí colaborará con la Revista Blanca de los libertarios Joan Montseny y Soledad Gustavo y, en general participará en las actividades anarquistas de la capital. Estará presente y apoyará la huelga general de 1902.
Renuncia a su herencia y a las posesiones familiares que entrega a los más necesitados. Decidiendo llevar una vida lejos de todo lujo material, cercana a la indigencia.
De vuelta a Cádiz, fallece el 28 de septiembre de 1907, tras caer de la tabla que le hacía las veces de cama. Su entierro fue una gran manifestación de duelo popular. Durante el entierro, empezó a llover a cántaros cuando la comitiva pasaba al lado del ayuntamiento. El alcalde ofreció que entrasen en el ayuntamiento diciendo Esta es su casa. Que no salga de ella hasta que no acabe la lluvia.
Era miembro de una de las familias más acomodadas de Cádiz, que lo envió a estudiar a Inglaterra cuando cumplió quince años de edad. Durante su estancia en el extranjero entró en contacto con el socialismo utópico, ideología con la que se sintió plenamente identificado. A su regreso a Cádiz en 1862 se unió al grupo gaditano de socialistas utópicos.

Salvochea comenzó a ser conocido en los ambientes políticos nacionales cuando en 1866 participó en los sucesos del cuartel de San Gil. Sus ideas le llevaron a participar junto a sus colegas en la Revolución de septiembre de 1868, que había sido promovida por los republicanos federales. Fue elegido miembro de la Junta Provincial del Gobierno Provisional promovido por los rebeldes. Por su participación en estos acontecimientos fue condenado a prisión; estuvo preso durante dos meses.
Tras su liberación se unió en 1869 a la insurrección fracasada de los federales radicales, y luego participó en las guerrillas de la serranía de Cádiz; tuvo que huir del país y establecerse en París. Una amnistía le permitió regresar a España en 1871, año en que fue elegido diputado para las Cortes Constituyentes y, también, designado alcalde de Cádiz, cargo que conservó hasta 1873.
En octubre de 1871 se afilió a la I Internacional. Se unió al movimiento cantonalista que tuvo lugar en España en el verano de 1873. Fue elegido presidente del comité administrativo del cantón de Cádiz, cargo que ejerció durante los meses de julio y agosto. Tras el fracaso del movimiento cantonalista fue detenido y condenado a cadena perpetua. Fue encarcelado en el presidio del Peñón de la Gomera. A pesar de que le fue ofrecido el indulto, Salvochea se negó a aceptar cualquier medida de gracia. Logró huir del presidio en 1883, y se refugió en el extranjero.
La amnistía general concedida en 1886, tras la muerte de Alfonso XII, le permitió regresar a España e instalarse en su Cádiz natal. A su llegada fundó el diario El Socialista, publicación de ideología ácrata que dirigió hasta 1891. El 1 de mayo de 1890 organizó una manifestación en Cádiz en la que se pedía el establecimiento de la jornada laboral de ocho horas. Al año siguiente volvió a organizar una nueva manifestación, pero esta vez se produjeron una serie de tumultos, por lo que el anarquista fue detenido.

Este mismo año fue encarcelado bajo sospecha de esconder bombas en su domicilio, aunque fue declarado inocente por el tribunal que lo juzgó. Sin embargo fue condenado a doce años de prisión por su participación en los sucesos de Jerez del 8 de enero de 1892. Cumplió su condena en los penales de Valladolid y Burgos.
Salió de la cárcel en 1899 tras recibir el indulto, y fijó su residencia en Madrid. En esta ciudad realizó una intensa actividad propagandística del anarquismo, para lo cual aprovechó el gran prestigio que le habían proporcionado sus largos años de cautiverio y lucha política. Pocos meses antes de su muerte tuvo que refugiarse en Tánger, ya que era buscado por las autoridades por haber cometido un delito de imprenta.
Salvochea publicó a lo largo de su vida numerosos artículos en las principales publicaciones anarquistas y socialistas de España. Tradujo varias obras de Kropotkin y escribió algunas obras de teatro menor, entre las que destacó Cada Mochuelo a su Olivo, que llegó a ser estrenada en Cádiz.


 

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martes, 8 de junio de 2010

Mi primera Torre

                          La primera torre  la conoci hace muchos años  aunque suene extraño estaba en el extraradio , lejos de la zona amurallada.

martes, 1 de junio de 2010

La Bella Escondida

La Bella Escondida, invisible a los ojos de los transeúntes, es una de las torres miradores más admiradas de la Bahía de Cádiz. Está situada en el número 13 de la calle José del Toro. La torre fue bautizada como La Bella Escondida por el periodista Bartolomé Llompart. Él la consiguió ver un día que caminaba por la calle José del Toro, cuando la finca adyacente había sido derribada. Tras este descubrimiento la torre popularmente se quedó con ese nombre.


La Bella Escondida es original, entre las 120 torres que todavía se conservan en Cádiz. En su mayoría todas las torres fueron construidas en el siglo XVII y XVIII, momento en que la ciudad era el puerto oficial de entrada de toda la mercancía procedente de América.


La Bella Escondida fue construida en el primer tercio del siglo XVIII. Se desconoce el origen de su construcción. La torre ha conservado íntegramente su aspecto barroco original, tanto en estructura como en su decoración. Por su arquitectura, esta torre es singular. La planta octogonal , la profusión decorativa o la utilización de pilastras y columnas en su fachada, con influencia mudéjar, la hacen única en el horizonte de Cádiz.





La Bella Escondida tiene planta cuadrada, sobre la que se elevan cuatro pisos sin hacer línea con la fachada. El primer cuerpo es una especie de banco liso. El segundo cuerpo tiene los ángulos de las esquinas redondeadas. El tercer cuerpo articula los ángulos de las esquinas de forma que simulan dos columnas enfrentadas. El cuarto cuerpo es de planta octogonal, que a esta torre le hace única. Finalmente el pretil es liso con molduras verticales en sus ángulos. La decoración está hecha a base de pintura roja y cerámica vidriada que cubren su superficie, formando rombos y estrellas.

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